Coyolxauhqui salió a la luz la madrugada del 21 de febrero de 1978. Un enorme y misterioso monolito, que más tarde se sabría era la deidad de la luna azteca. Este hallazgo cambiaría la historia de México.
La deidad de la luna y regente de los centzon huitznáhuac (sus hermanos que reinaban sobre las estrellas), desmembrada por su hermano Huitzilopochtli (el sol) y una de las figuras más importantes de la cosmogonía mexica.
Luego de permanecer en el subsuelo por 500 años, trabajadores de la hoy extinta Compañía de Luz y Fuerza del Centro reportaron el hallazgo en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina, en el Centro Histórico de la Ciudad de México de un extraño monolito con un misterioso relieve (el penacho de Coyolxauhqui) apenas liberado que dejaba ver un monumento de la época prehispánica.
La que se ornamenta las mejillas con cascabeles, es lo que quiere decir en español el nombre de la Coyolxauhqui, pieza escultórica emblemática de la cultura mexica, de casi 8 toneladas y 3.25 metros de diámetro, elaborada en andesita rosada.
Después de pocos días del hallazgo, y una vez despejada toda la circunferencia el monolito, el presidente de aquel entonces José López Portillo solicitó conocer a la “diosa de la luna”. El tamaño, imagen y simbolismo de Coyolxauhqui maravillaron al mandatario, así que ordenó inmediatamente: “que se derrumbasen los edificios coloniales de la zona y que saliera a la luz de los mexicanos de finales de los años 70, el Templo Mayor de los aztecas”.
Este hallazgo permitió a los arqueólogos encontrar más restos del Templo de los mexicas, que fue destruido por los españoles y cuyos restos permanecieron ocultos sobre las construcciones coloniales.
Su descubrimiento también reveló la ubicación del edificio dedicado a Huitzilopochtli en la antigua Tenochtitlán, lo que hoy conocemos como el Templo Mayor, este fue el descubrimiento de uno de los asentamientos mexicas más importantes en nuestro país.
El 12 de octubre de 1987, nueve años después del descubrimiento de la Coyolxauhqui, el Museo del Templo Mayor abrió al público. Desde entonces se exhibe a la anfitriona del histórico espacio, las piezas encontradas y los restos de construcciones de la gran Tenochtitlán.
Los colores de Coyolxauhqui
Los cinco colores que sobreviven en las porosidades de la piedra son el rojo que se obtenía de la amatita, el ocre de la geotita, el blanco de la calcita, el negro del humo y el azul maya de la combinación de hojas de añil y poligorskita. Todos ellos corresponden al patrón cromático del edificio del Templo Mayor.
Los colores que se localizan en los detalles como en los pezones azules, los manchones de rojo sangre en el tórax, el ojo enrojecido, como en los códices, y el penacho azul.
En cuanto a la iconografía los caracoles que adornan sus tobilleras, que son emblema de los guerreros muertos y asociados al sacrificio y a entidades como el sol.
Otro es el tocado azul, color del cielo diurno y ámbito de Huitzilopochtli, y un tercer elemento son las falsas coralillos del cuerpo anillado atadas en diversas partes del cuerpo de la diosa. Estos réptiles se asocian a Cihuatéotl, que representaba a la mujer que moría en parto, pero en el caso de la deidad lunar las serpientes tienen dos cabezas, son las temibles maquizcoatl culebra mítica asociada a la muerte. Es la prueba más clara de una unión simbólica entre ambos hermanos a través de estas serpientes, el verdugo, el dios solar deja su signo sobre el cuerpo de Coyolxauhqui.
Según el mito, Coyolxauhqui era la dirigente del grupo Huitznahua, uno de los barrios que salieron de Aztlan, quienes al llegar al cerro Coatepec se enfrentan a Huizilopochtli, su hermano, quien los derrota y a ella la decapita y arroja, quedando desmembrada al pie del monte.
La diosa aparece desnuda y desmembrada, porque aludía a una de las últimas etapas de la derrota de los enemigos, que consistía en despojarlos de sus ropas.
Lee aquí la leyenda de Coyolxauhqui, la guerrera azteca que se convirtió en la Luna
Aquí un video con la narración de los testigos de este gran descubrimiento
Fuente INAH